Según nos cuenta la leyenda, Diego de Arizón fue un rico comerciante
de Indias que vivió en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) en el siglo XVIII.
Siguiendo las crónicas, su familia era la más codiciosa que había en Sanlúcar.
Su humilde morada tenía un patio porticado con columnas de mármol rojo,
almacenes para mercancías y hasta un oratorio. Porque lo codicioso no quita lo
beato.
Desde su torre mirador
podía controlar la salida y llegada de las flotas ultramarinas. Entre copa y
copa de manzanilla no se perdía detalle.
Pero claro, tanto
viajar al Nuevo Mundo acabó pasándole factura. Su mujercita, Margarita Zerver,
se sentía sola en esa jaula de oro. Así que buscó el calorcito humano en su
criado, Juan Peix. Comenzaron yendo a solas al campo y a comer langostinos a
Bajo de Guía mientras contemplaban el atardecer en Doñana. De ahí a compartir
la alcoba, hubo solo un paso. En las ausencias de don Diego, se retiraban la
doña Margarita y el don Juan a sitios ocultos, subiendo éste las más de las
noches, luego que imaginaba estar recogida la familia, a la sala del dormitorio
de la referida, donde pernoctaba, saliendo por la mañana en ropas menores. El
arrejuntamiento era de dominio público. Como suele suceder en estos casos, lo
sabía todo Cristo menos el cornudo.
Un día, el esclavo
turco de nombre Cristóbal José, fue con el cuento a su amo. El pobre Diego, que
venía tan contento, cargadito de plata indiana, se llevó un disgusto que “pa
qué te cuento”. Vamos, que le arruinaron el expolio. Pero como era hombre
juicioso, actuó con cautela. Llegó a casa a media noche y se ocultó en el
desván. Allí agazapado escuchó al criado entrar a la alcoba de su Marga y todo
lo que sucedió a continuación. Después de haber presenciado el festival
pasional no le cupo duda de que la acusación era cierta. Entonces decidió
tomarse la justicia por su mano. Tras la carnicería los emparedó.
Tiempo más tarde, fue
detenido y ajusticiado. Muchos testigos dieron fe del adulterio de su esposa.
La defensa alegaba que había actuado legítimamente, al ver agraviado su honor.
El 26 de Septiembre de 1736 se dictó la sentencia. Fue condenado a pena de
muerte, y posteriormente indultado por Felipe V a cambio de una sustanciosa
indemnización. Ese dinerillo tan bien habido, el rey (este no estaba pasmado)
lo invirtió en las obras del Palacio Real de Madrid.
Según
cuenta la leyenda, las noches de luna llena puede verse a una dama vestida de
blanco deambular por la casa y el torreón, hoy magnifico hotel ABBA PALACIO DE ARIZÓN.
(Aquí
se emparedó a doña Margarita Zerver y a su criado-amante: Juan Peix)
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